Durante más de medio siglo, Pelusa fue mucho más que una simple elefanta para los platenses. Llegada desde Alemania en 1968, se convirtió en un símbolo de la ciudad, un lazo afectivo que unió a generaciones enteras. Su vida, marcada por la soledad y la búsqueda de compañía, dejó una huella imborrable en quienes la conocieron.
Desde su llegada, Pelusa cautivó a grandes y chicos con su ternura y su curiosidad. Su recinto se convirtió en un punto de encuentro familiar, donde las generaciones se reunían para compartir momentos inolvidables. Los cuidadores, que la veían a diario, la describían como una "nena elefante", una criatura sensible y cariñosa que buscaba el afecto de los humanos.
Sin embargo, la vida de Pelusa en el zoológico no estuvo exenta de desafíos. A pesar del amor de sus cuidadores y de los visitantes, la elefanta sufrió las consecuencias de vivir en cautiverio. La falta de compañía de otros elefantes, las limitaciones de su espacio y las enfermedades propias de la edad fueron minando su salud física y emocional.
A medida que pasaba el tiempo, la soledad de Pelusa se hizo cada vez más evidente. Los intentos por conseguirle una compañera fueron infructuosos, y la elefanta se vio obligada a pasar sus días en un recinto que, aunque había sido ampliado, no podía compararse con el vasto territorio que habitaría en libertad.
La historia de Pelusa también es un reflejo de la evolución de la conciencia sobre el bienestar animal. A medida que crecía la preocupación por las condiciones de vida de los animales en cautiverio, surgieron movimientos que abogaban por el cierre de los zoológicos y el traslado de los animales a santuarios.
En el caso de Pelusa, la presión de la sociedad civil y de organizaciones proteccionistas logró visibilizar su situación y generar un debate sobre el futuro del zoológico de La Plata. Finalmente, se decidió cerrar el antiguo zoo y transformarlo en un bioparque, un espacio donde los animales puedan vivir en condiciones más naturales.
La muerte de Pelusa en 2018 conmocionó a la ciudad. Su partida fue sentida como una pérdida personal por quienes la habían conocido y querido. Sin embargo, su legado sigue vivo. Pelusa se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos de los animales y dejó un mensaje claro: los animales no son objetos para nuestro entretenimiento, sino seres sintientes que merecen respeto y cuidado.
Hoy, en el lugar donde descansan sus restos, se erige un pequeño monumento en su honor. Y aunque Pelusa ya no está físicamente, su espíritu sigue vivo en el corazón de quienes la conocieron y en la lucha por un futuro más justo para todos los animales.