Hay errores que cuestan tiempo. Otros, dinero. Pero hay errores que cuestan vidas. Y la mayoría de ellos tienen algo en común: se podrían haber evitado si la gestión hubiera sido profesional desde el principio. Si el control no hubiese sido un simulacro. Si la auditoría no se hubiera hecho para cumplir, sino para entender y transformar.
América Latina ha sido testigo de tragedias que no fueron accidentes, sino consecuencias. El colapso de la Línea 12 del Metro de Ciudad de México, con 26 muertos y más de 80 heridos, no fue un acto del destino. Fue la suma de decisiones mal tomadas, advertencias ignoradas y controles que no llegaron a tiempo.
La auditoría forense posterior reveló algo tan simple como brutal: los pernos no estaban bien colocados. ¿Dónde estaban los controles? ¿Dónde estaban los informes? ¿Dónde estaban los responsables? El sistema falló porque nunca funcionó del todo.
Otro caso emblemático: la represa de Brumadinho, en Brasil. 270 muertos. Una avalancha de barro tóxico que arrasó con vidas, casas y confianza. La empresa, Vale, tenía informes desde años antes que advertían la fragilidad estructural de la presa. Pero los sistemas de gestión de riesgos fueron una formalidad, no una herramienta de prevención. No hubo planes de acción. No hubo liderazgo que priorizara la seguridad sobre los balances. El resultado fue una tragedia de proporciones bíblicas y una mancha para el país y su industria minera.
Pero no hace falta ir tan lejos. En auditorías recientes que realizamos en organismos públicos y empresas privadas, seguimos viendo el mismo patrón: controles mal diseñados, procesos que no se auditan desde hace años, indicadores que nadie revisa. Áreas enteras que funcionan por intuición. Sistemas de gestión donde el seguimiento no existe, y donde las auditorías internas son vistas como un trámite que debe “salir bien”, no como una oportunidad para descubrir lo que se esconde bajo la alfombra.
Los datos lo confirman. El Banco Interamericano de Desarrollo estimó que las ineficiencias en la gestión pública en América Latina cuestan un 4,4% del PBI regional cada año. Y muchas de esas ineficiencias son fallas de calidad: compras mal hechas, obras sin control, servicios que no cumplen su función. La no calidad no es solo una mala práctica. Es una fuga de recursos. Es corrupción silenciosa. Es negligencia institucional.
Y sin embargo, seguimos escuchando excusas. Que no hay presupuesto para certificar. Que no es prioridad. Que primero hay que “ordenar la casa”. Pero lo que no se entiende es que justamente ordenar la casa empieza por profesionalizar los controles. Por establecer sistemas de gestión reales, vivos, operativos. Por aplicar normas como ISO 9001, 27001, 37001, no como adorno, sino como escudo contra el caos.
Lo vi en carne propia en distintas organizaciones. Empresas que mejoraron radicalmente tras implementar sistemas sólidos: reducción del 30% en fallas internas, mejora del 25% en eficiencia operativa, satisfacción del cliente en ascenso. Porque cuando se audita con mentalidad actualizada, se detectan desvíos antes de que escalen. Se gestionan riesgos antes de que se conviertan en titulares. Se evita tener que explicar por qué no se hizo lo que se debía.
La auditoría tradicional, basada en el checklist, ya no sirve. Necesitamos auditores que entiendan procesos, que se animen a cuestionar, que no teman decir lo que nadie quiere escuchar. Necesitamos líderes que quieran saber la verdad, aunque duela. Porque el control que incomoda hoy, salva mañana. Porque una no conformidad detectada a tiempo es un problema menos en los diarios. Porque un sistema de gestión bien aplicado no solo mejora procesos: protege reputaciones, vidas y futuro.
Hoy, mientras leés esta nota, puede que en tu organización haya un riesgo latente. Un procedimiento mal aplicado. Un proveedor sin evaluar. Un equipo sin formación. Todo eso está ahí, esperando convertirse en noticia. La pregunta es: ¿vas a esperarlo o vas a prevenirlo?
La mirada vieja de la auditoría es cómoda, pero peligrosa. Es la mirada del que no quiere problemas. Pero evitar problemas nunca fue lo mismo que gestionarlos. La auditoría moderna es incómoda, sí. Pero es el precio de la madurez. Y es la única que vale la pena pagar.
Porque cuando el control falla, ya es tarde. Y los que se quedaron mirando hacia otro lado, también son responsables.
Por Fernando Arrieta | Auditor ISO – Director Regional G-Certi LATAM