En el corazón de La Plata, oculta entre árboles centenarios, se encuentra una joya arquitectónica que desafía el paso del tiempo: la Casa Curutchet. Diseñada por el célebre arquitecto suizo-francés Le Corbusier, esta vivienda única en América Latina es mucho más que una simple construcción. Es el resultado de una relación epistolar que se extendió durante años y que nos revela una faceta poco conocida del maestro de la arquitectura moderna.
A mediados del siglo XX, el médico argentino Pedro Curutchet, admirador de la obra de Le Corbusier, decidió encargarle el diseño de su casa y consultorio. A pesar de estar inmerso en proyectos ambiciosos en Europa, el arquitecto aceptó el desafío, iniciando así una colaboración a distancia que se desarrollaría principalmente a través de cartas.
La correspondencia entre ambos hombres nos permite adentrarnos en el proceso creativo de una obra maestra. Le Corbusier, con su minuciosidad característica, solicitaba detalles sobre el terreno, las construcciones vecinas y las necesidades del cliente. Curutchet, a su vez, enviaba planos, fotografías y expresaba sus inquietudes.
A pesar de la distancia geográfica, la comunicación entre ambos fue fluida y respetuosa. Le Corbusier valoraba enormemente las sugerencias de Curutchet y de su arquitecto de confianza, Amancio Williams, quien se encargó de la dirección de obra.
La Casa Curutchet es un claro ejemplo de cómo la arquitectura puede ser una forma de diálogo y colaboración. A través de cartas, bocetos y planos, Le Corbusier y Curutchet crearon un espacio que trasciende el tiempo y se convierte en un hito de la arquitectura moderna.