En las aguas tranquilas de la Rada de La Plata, anclado frente a la imponente silueta de la Destilería Ensenada de YPF, el petrolero Capitán Constante fue testigo de una noche inolvidable. Su tripulación, compuesta por hombres de mar curtidos y amantes del fútbol, vivió con intensidad el partido en el que Argentina se consagró campeona del mundo en México 1986.
El capitán Gonzaga, un lobo de mar experimentado, decidió que la tripulación se merecía un descanso y permitió que todos disfrutaran del partido en la comodidad de la camareta. La emoción se contagió rápidamente y los hombres se unieron en un solo grito de aliento a la Selección.
Cada gol argentino fue celebrado con fervor, y cada jugada polémica generó acalorados debates. La tensión se elevó a medida que avanzaba el partido, y el corazón de cada marinero latía al ritmo del balón.
Cuando Maradona marcó el gol del siglo, la euforia se desbordó. Los tripulantes saltaron, gritaron y se abrazaron como si estuvieran en las tribunas del Estadio Azteca. El capitán Gonzaga, a pesar de su habitual seriedad, no pudo contener la emoción y se unió a la celebración.
Sin embargo, la alegría se vio empañada por los nervios de los últimos minutos del partido. Los alemanes empataron y la tensión volvió a apoderarse de todos. Pero cuando Burruchaga marcó el gol de la victoria, la euforia fue total.
La tripulación del Capitán Constante celebró el triunfo de la Selección Argentina de una manera muy especial, lejos de casa pero unidos por la pasión por el fútbol y el orgullo de ser argentinos. Esta anécdota nos muestra cómo el deporte puede unir a las personas, incluso en los lugares más remotos.
