En un operativo de aquellos, la gente de la Dirección de Investigaciones de Delitos Económicos, en codo a codo con los duros de la Superintendencia de Investigaciones de Delitos Complejos y Crimen Organizado, mandaron a los barrios a lo largo y ancho del país. ¿La misión? Romperle el juego a una banda de ciberdelincuentes que venía haciendo de las suyas desde febrero del año pasado. Y no solo rompieron el juego, ¡los dejaron al descubierto!
Los manguitos habían estado laburando con un combo de trampas que te dejaban la cabeza dando vueltas. Hackeaban cuentas de WhatsApp, te apretaban bien los botones de la manipulación y, zas, te quedabas sin un peso. Ni hablar de los que caían en su anzuelo, ¡se las veían negras!
La banda tenía base en todos lados, como si fueran los cantitos de un tango. Desde distintas esquinas del país, los nueve ladris y una mina encajaban el laburito. A los giles les cambiaban el perfil y la ubicación, ¡ni el comisario hubiera dado con ellos!
En los allanamientos, más que asaltos, se llevaron puesta una fortuna en pruebas. En La Plata metieron tres palos, en José C. Paz dos patadas, y así, palo y palo en Almirante Brown, Lavallol, la City y hasta en Mendoza. La División Antifraude y la División Delitos Económicos metieron mano también, y se afanaron 30 celulares, 5 notebooks, 1 netbook, 3 tablets, 4 CPUs, 2 Chromebooks y más tarjetas de las que usaría un mago en un truco barato.
Los ciberdelincuentes eran vivos en serio. Se la jugaban con tácticas que te hacían sentir como un pancho. Se hacían los vivos, se metían en el teléfono ajeno haciéndose pasar por los de Mercado Libre o los bancos. Y vos, confiado, les abrías la puerta. ¡Y era la puerta al infierno financiero! Te dejaban sin guita, te sacaban la identidad y hasta te pedían créditos.
El gran hallazgo fue que no eran cuatro gatos locos, ¡era toda una orquesta de la delincuencia! Cuatro tipos eran los más pillos, los que sacaban la tajada más grande de los mandados turbios. Y seis más eran como los ayudantes del mago, que hacían el trabajo sucio.
Con la plata ganada en los curros, los chicos malos invertían en esas monedas virtuales y laburaban con las plataformas esas que nadie entiende bien. Y todo esto, ¡desde sus cuevas! Estos no necesitaban pasar por el quiosco para facturar, se manejaban desde sus propios lugares.
Así que ahí está, ¡un gran operativo contra los ciberchorros! Las pruebas hablan por sí solas y los cacos ahora se la van a tener que fumar. Ojo al piojo, que la tecnología está llena de trampas y estos pícaros no se anduvieron con chiquitas.