Policiales
El curandero, parte 2: entre rejas y redención, un desgarro anal le marcó la vida
Tras el éxito de la primera parte y a pedido de los lectores, llegó la segunda. El Curandero, a pesar de sus esfuerzos por redimirse, no pudo escapar de la justicia para siempre. Fue durante una redada en un barrio pobre de La Plata, cuando finalmente cayó en manos de la policía.
Sus habilidades para escapar y su astucia no fueron suficientes esta vez. Con la mirada gacha y el corazón acelerado, fue llevado a una prisión conocida por su brutalidad y corrupción.
En la cárcel, el antiguo narcotraficante se encontró en un entorno donde su pasado volvía a cobrar vida. Los guardias y otros presos sabían quién era, y su reputación le precedía. En este nuevo infierno, El Curandero tuvo que enfrentarse a una realidad más dura de lo que jamás había imaginado.
El primer reto fue la supervivencia. Los rumores sobre su riqueza y su pasado lo convirtieron en un blanco. Además, su apariencia, con cabello rubio, piel blanca y pecho lampiño, lo hacía especialmente deseable por su sex appeal para los otros presos.
Un grupo de reclusos, liderados por un hombre llamado "El Toro", intentó someterlo sexualmente para establecer su dominio. El Curandero, recordando sus días de lucha en el submundo, sabía que su única opción era utilizar su astucia para defenderse.
En una noche de luna llena, cuando ocurrió el intento de agresión, El Curandero, temblando de miedo, utilizó un bisturí improvisado que había creado a partir de una cuchara afilada. Con manos temblorosas, logró herir a El Toro en puntos estratégicos, causando suficiente daño para que los demás atacantes retrocedieran.
Nunca se supo con certeza cómo terminó aquella noche. Algunos presos susurraban historias de un enfrentamiento brutal, decisivo entre gritos del Curandero; otros decían que El Toro simplemente desapareció, dejando a El Curandero con una fama de intocable. Lo que sí es seguro es que esa noche cambió la vida de El Curandero para siempre.
Esta demostración de desesperación y astucia cambió su destino en la prisión. El respeto que ganó le permitió establecer una pequeña "clínica" improvisada en su celda, donde comenzó a ofrecer sus servicios médicos a otros presos.
Curaba heridas, trataba infecciones y brindaba alivio a aquellos que sufrían en silencio. La noticia de sus habilidades llegó incluso a los guardias, quienes empezaron a buscar su ayuda en secreto.
Sin embargo, la presión y el estrés de la vida carcelaria comenzaron a afectar a El Curandero. Para adormecer sus propios dolores y demonios internos, recurrió al consumo de drogas, las mismas que alguna vez controló y distribuyó.
Esta dependencia se convirtió en su nueva cadena, una que no podía romper fácilmente. Aunque exteriormente vociferaba y se jactaba, tratando de mantener su imagen de hombre fuerte y temido, en su interior el miedo y la desesperación lo consumían.
El tiempo pasó, y aunque su reputación dentro de la cárcel seguía creciendo, su salud y espíritu decaían. Fue entonces cuando un nuevo capítulo en su vida comenzó. Un programa de rehabilitación se introdujo en la prisión, ofreciendo a los internos una oportunidad de redimirse y liberarse de sus adicciones. El Curandero, desesperado por encontrar una salida a su tormento interno, decidió participar.
El programa incluía su traslado a una granja de recuperación, en un lugar apartado de la ciudad, donde la naturaleza y el trabajo manual serían sus nuevos compañeros. Allí, El Curandero se enfrentó a sus demonios una vez más, pero esta vez sin la ayuda de sus habilidades médicas o su astucia.
Fue un proceso largo y doloroso, lleno de recaídas y momentos de desesperación, pero también de pequeños triunfos y descubrimientos personales.
En la granja, aprendió a canalizar su necesidad de control y su capacidad de curar hacia sí mismo. Redescubrió la paz en la simplicidad de la vida diaria, en el trabajo con la tierra y en la comunidad de otros que, como él, buscaban redención. Poco a poco, El Curandero comenzó a sanar, no solo físicamente, sino también espiritualmente.
Al final de su tiempo en la granja, había dejado atrás la dependencia que lo había consumido. Con una nueva perspectiva sobre la vida y un renovado sentido de propósito, El Curandero regresó a La Plata.
Aunque sus días de correr por las calles en su coupé Mazda roja eran cosa del pasado, su leyenda seguía viva. Ahora, más que nunca, estaba decidido a ayudar a aquellos que la sociedad había olvidado, utilizando no solo sus manos y su conocimiento, sino también la sabiduría y la compasión que había ganado en su propio viaje de redención.
Una noche inquietante…
Una noche, después de un día agotador de trabajo en la granja, El Curandero se encontraba en su modesto cuarto, escribiendo en su diario íntimo. De repente, un golpe seco en la puerta rompió el silencio. Al abrirla, encontró una nota anónima deslizada por debajo. Las palabras, escritas con una caligrafía tosca y temblorosa, lo hicieron estremecer:
"Sabemos quién eres y dónde estás. No puedes escapar de tu destino"
El Curandero sintió el frío del miedo recorrer su columna vertebral. La tranquilidad que había logrado en la granja se desmoronó en un instante. Sabía que su pasado oscuro no lo dejaría ir tan fácilmente. Con manos temblorosas, guardó la nota en su bolsillo, consciente de que su viaje hacia la redención estaba lejos de haber terminado.
Esa noche, mientras intentaba conciliar el sueño, la imagen de El Toro y los susurros de sus enemigos rondaban su mente. Se dio cuenta que, aunque había avanzado mucho, su batalla interna y externa estaba lejos de concluir.
La sombra de su pasado aún lo acechaba y El Curandero sabía que el próximo capítulo de su vida sería crucial. ¿Podría mantener su nueva identidad y seguir adelante, o el peso de su pasado lo arrastraría de nuevo a las sombras?